Hace poco leí en twitter: “Antes de ser
padre tenía ocho teorías de crianza, ahora tengo ocho hijos y ninguna teoría,
la clave es el amor”, y me identifiqué plenamente. Ahora no tengo estómago (ni
corazón), para ver programas de tv del estilo de la niñera experta, sin embargo
antes admiraba como ella “enseñaba” a los padres a “poner a sus hijos en su
lugar”. Pensaba que la mejor manera de dormir a tus hijos, era en su
habitación, separados de sus padres, por su propio bien, y por la intimidad de
sus padres.
Me creí todo eso de no cargarlos para no
malcriarlos, de dejarlos llorar para templarles el carácter, entre tantas
prácticas que ahora considero grotescas. Durante mi embarazo, fui leyendo y
documentándome, apareció Laura Gutman, Carlos González, el blog Bebes y Mas, y
fui conociendo términos como colecho, lactancia a demanda y crianza con apego.
Con ambos estilos a la mano, solo me faltaba decidir cómo quería criar a mi
hijita.
Cuando nació Astrid, me di cuenta de que no
había nada que decidir. Ella misma me enseñaría cómo educarla. Si, los niños
son muy sabios y puros. Es que están “desaprendidos”, y no llevan la carga
emocional que los adultos llevamos. Descubrí que el instinto materno es
poderosísimo, y nos dice a gritos que permanezcamos al lado de nuestra cría,
cuidándola y amándola. Nuestro instinto
no sabe de colecho, ni de Estivill, ni de Ferber, pero sabe que durmiendo
juntos, descansa el bebé y descansan los padres; que cargando al hijo se siente
seguro y la madre confiada, que lactando a demanda está feliz el hijo y la
madre satisfecha.
Es por eso que mi consigna es Criar con Respeto. Respeto por nuestro
instinto materno y paterno. Respeto por nuestra carga genética, que nos alienta
a proteger a la cría. Respeto hacia nosotros mismos y hacia nuestro derecho de
decidir cómo criar, cómo dormir, con qué frecuencia amamantar y hasta cuando
amamantar, respeto hacia nuestro poder como padres, como seres humanos.
Pero un poco más allá de todo eso, es
importante que respetemos a nuestros hijos, con su personalidad, sus virtudes,
sus defectos. No debemos creer en “la cachetada a tiempo”, ni nalgadas, ni
muchísimo menos los golpes y el maltrato verbal y psicológico. Para nada deben
ser vistas como herramientas de crianza. Yo siempre propongo a los padres hacer
un ejercicio mental: Imagínense las veces que su Jefe le ha hecho sentir rabia,
¿Cómo reacciona usted? ¿Le pega?, ¿Le agrede verbalmente?, ¡Claro que no!
Entonces, ¿por qué hacerlo con su hijo?, ¿Acaso merece más respeto su jefe, que
su propio hijo? Ahora suponga que su esposo, o esposa, le manifiesta que no
tiene apetito, pues algo le desanimó. De repente más tarde tenga un poco de
hambre y coma algo. ¿Cómo actúa usted? ¿Le impide levantarse de la mesa, hasta
que se coma todo? ¿Le reprocha todo el tiempo que le llevó a usted preparar la
comida, para “vengas a hacerme esta escena”?, ¿o le da una buena cachetada para
que aprenda que se debe comer a la hora? Claro que no.
Al decidir criar a mi hija sin golpes ni
desagravios, debí armarme de paciencia, y de explicaciones infinitas sobre las
razones porque ella debía hacer o no algo, o tener ciertas conductas. Ya no
basta el “porque si”, o “porque no”, ni mucho menos el “porque yo lo digo”. El
resultado, es una niña sumamente inteligente, decidida, que capta y entiende
perfectamente las cosas. Con un vocabulario amplio, y con argumentos
irrebatibles. Espero que sea así siempre.
Nuestros hijos merecen que les respetemos,
que escuchemos sus ideas, que nos pongamos en su lugar. Que respetemos sus
emociones, y les dejemos vivirlas. Nuestro instinto de paternidad también
merece ser respetado. Carguemos a nuestros hijos, sin sentir pena. Durmamos con
ellos si de esa forma todos somos felices, amamantemos hasta que ellos mismos
decidan, criemos sin golpes, y con amor. Nos convertiremos en una familia
feliz, que se comunica y se comprende.
Astrid Sofía tiene dos años y nueve meses.
Duerme con sus padres, toma teta, y nunca le hemos pegado. Me gusta creer que es
una niña feliz. Sus padres sí que lo somos.
@vikuna_matata